Anoche como
tuve otro episodio de insomnio, o por lo menos me desperté en un par de
ocasiones sin poder conciliar el sueño de una forma rápida, pues me puse a
pensar en la inmortalidad del cangrejo.
Pensé y pensé varias
veces sobre si el pobre crustáceo de humilde apariencia, ¿es verdad era
poseedor de tal don? Y no supe que contestarme ante tal interrogante, las horas
de las altas madrugadas de la noche, no parecían un escenario propio para tal
encomienda. Tremenda altercado mental sin el propio y debido respeto parecía en
aquel momento indigno de cualquier pensador, que se ostente como un enamorado
del más puro y lucido discernimiento de la mente, no era hora para tal
cuestionamiento.
Pero yo seguía
en mi terquedad, meditando sobre la inmortalidad del cangrejo. Basado en que el
cangrejo no tiene conciencia de sí mismo, y por lo tanto, tampoco tiene
conciencia de que su existencia acabará; luego entonces para todo efecto
practica que marca una lógica simplista, el cangrejo es inmortal.
Estos crustáceos
del orden de los decápodos y al ser cangrejos todos y todos al ser iguales, adoleciendo
de individualidad, al hacer todos lo mismo, no hay conocimiento que permita a
un cangrejo ser distinto al otro, por lo que todos son uno. Son inmortales en
una colectividad abstracta.
El estomago de
daba visos sobre la problemática en cuestión, no me gusta no poder encontrar
una respuesta. ¿Por qué la inmortalidad? Y más que un cuestionamiento, fue un
deseo, horas antes había ingerido en mi cena una porción de cangrejo aderezada
con aliños y hierbas de olor para hacer el gusto aun más suculento.
Volví a pensar
en la inmortalidad del cangrejo y espere que no tuviera que ver nada con la resucitación.
Por los movimientos peristálticos de mi abdomen, parecería que el bicho estaba
vivo y quiere salir de alguna manera no propia de mi cuerpo.
Deje de pensar
y me volví a recostar, no sin el temor de que una cangrejo que decían que era
inmortal, yacía en mis entrañas listo para validar su calidad sobrenatural.
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