miércoles, 5 de octubre de 2011

Del deseo no perdido o mi abuelo y sus detalles

Un buen día de Dios mi abuelo, hombre ya de edad en aquellos años y con sapiencia por demás extensa, no por ser educado en la formalidad de las aulas, sino que se educo en la escuela que puede ofrecer la vida un inmigrante. De porte elegante y cara afable, mi abuelo gustaba de los pequeños detalles que daba el mundo. Nada como un buen corte de pelo y afeitada en la barbería de antaño. Entre toallas calientes y navajas bien montadas para hacer el trabajo requerido.

Hombre de vida sencilla que paso sus últimos años en un pequeño poblado del estado de Durango; Tlahualilo de Zaragoza. La palabra Tlahualilo, proviene del náhuatl, Tlalli Tierra fértil, Ahualila. "Agua para regadío". También proviene del Tepehuano Tlahualilac. "Lugar con agua para regadío de plantas". Nombre curioso para estar enclavado entre la sierra de Campana y de Tlahualilo en una zona semidesértica. Un pueblo de gente humilde y trabajadora, donde la agricultura fue el bastión de la economía.

Pero sigamos con el relato, entre los placeres que compartíamos en común, era el de ir a la Plaza de Armas, sentarnos primero a tomar un agua celis (agua carbonatada), a mi me gustaba mucho la de raíz y después como obligación teníamos que ir a postrarnos en la bancas altas para recibir un buen lustrado de calzado. El amigo bolero siempre sonriente y de buen humor al vernos nos ofrecía, además de un enlucido, el periódico del día, para hacer uso de la lectura de los acontecimientos cotidianos.

Sentados uno al lado del otro mi abuelo me codea, yo respondo “dígame Abuelo”, y él me contesta “Mire m´ijo”. Volteé con la mirada a un lado y al otro. “Ya la vio m´ijo”. Y se hizo todo claro, mi abuelo se refería aquella mujer que con andar gracioso y corta vestimenta que se contoneaba a unos escasos pasos frente de nosotros. Era casi imposible no notar la voluptuosidad de la figura de la fémina en cuestión.

Cruzamos miradas mi abuelo y yo. Y asentimos con la cabeza, creo que en ese momento los dos estabas pensando en lo mismo, le dimos gracias al creador de la mini falda y los zapatos de tacón. De los demás y por lo demás, ya se pueden imaginar.

Acto seguido, mi abuelo, a quien le sigo guardando gran cariño y respeto, bajo el periódico a su regazo, volteo la mirada al cielo suplicante, aspiro fuertemente y dijo con voz implorante “Dios, si me quitaste las fuerzas, quítame también las ganas”.

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