martes, 4 de octubre de 2011

Del ayer o de los fantasmas que no me dejan

Supongo que el cambio de estación y los años me están afectando. La falta de luz diurna, me afecta la producción de serotonina, me produce una falsa sensación de depresión. Me siento somnoliento, soporífero, letárgico, pesado, soñoliento, abrumado, aletargado y por demás entumecido. Si me falta serotonina entonces me está sobrando melatonina. Creo que tengo trastorno afectivo estacional, la mera verdad no tengo ni idea de donde saque el término, otro terminajo más que sale en la televisión con ganas de vendernos otro producto milagro que cura todo en una sola toma.

En mi estado letárgico no puedo más que evocar viejos recuerdos. Me causa una profunda emoción, recordar tiempos que no quiero que vuelvan. Me gusta recordar, me gusta saber que hay un mundo en mi pasado que no me deja a pesar de los años, el tiempo, las vivencias y los des abruptos. Me gusta perpetuar el olor de cocina cuando era niño, el sabor de la comida en los interminables días de campo. La sensación que me producía amanecer en el rancho. Tomar aquella coca-cola pequeña en la tienda de Don Cristóbal en camino a la labor, fría, siempre fría. Las gorditas de cubeta, de papas con chile, calentitas y siempre húmedas. Poder cosechar una sandía de los huertos, estrellarla contra el piso y sacarle el corazón para comerla con las manos.

Hay mucho que quiero recordar y otro tanto que no quiero que se me olvide.

Vivo con mis fantasmas hasta que ya no pueda inmortalizar más memoria. Quiero recordar siempre. Me da mucho miedo no poder recordar. La vida sin recuerdos no puede llamarse vida. Ya son más de 14,900 días que tengo grabados en mi memoria. No puedo recordarlo todo, pero tampoco quiero olvidarlo.

No quiero que se me acabe la vista, con ella vi cosas tan fabulosas como el rostro de mis padres y las lunas de octubre que son hermosas; no quiero que se me acabe mi olfato, con él percibe el aroma del amor; no quiero que se me acabe el oído, a través de mis oídos pude escuchar los primeros llantos de mis sobrinos; no quiero que se me acabe el tacto, descubrí un mundo inenarrable a través de mis manos; no quiero que me acabe el gusto, probé la vida, a veces supo a chocolate y a menta, otras a ajo y mantequilla.

Vivo feliz con mis memorias y espero vivir otros 14,900 días más para acumular todavía más fantasmas en mi presencia.

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