lunes, 26 de marzo de 2012

De más de lo mismo o igual que otros


Cada vez que pongo un titulo como el de hoy es signo casi inequívoco que algo me paso durante el día o en el transcurso que no me permitió pensar ni siquiera cual iba hace el tema de hoy. Así que hoy el tema es libre, eso significa que solo voy a estar tecleando letras para ver que se me ocurre en estos precisos momentos.

No debería ser tan difícil, eso de la improvisación es algo que tengo que hacer con cierta frecuencia;  y más con las preguntas que luego me hacen mis alumnos que me descontrolan y me sacan de balance. No digo que no sean preguntas o  temas interesantes, sólo que no son del tema a tratar ese día, y tampoco me vayan a malinterpretar, improvisar no dignifica en ningún momento decir mentiras; ya de por sí el sistema educativa está muy mal, como para que yo todavía le eche leña al fuego.

Y como no tengo tema entonces voy a contar unos cuentecillos que escuche el otro día, uno que otro medio subido de color. Y cuentan que  Don Veterino Pitocáido, señor de edad madura, se sorprendió cuando su esposa, doña Pasita, le dio dos pastillas, una azul y otra roja, y le pidió que se las tomara. Preguntó el añoso caballero: “¿Para qué son?”. “La azul -respondió doña Pasita- es para provocar en ti el deseo de realizar el acto del amor. Y la roja es para que te acuerdes de cómo se hace”.

“El sexo con mi esposa es aburrido”. Eso le dijo cierto amigo a Afrodisio Pitongo, hombre diestro en cuestiones de carnalidad y de fornicio. Respondió el sabidor: “La rutina es el peor enemigo del amor, y también de la docencia. Circunscribámonos al amor por el momento; ya abordaremos el segundo tema cuando llegue la ocasión. Para evitar que en tu matrimonio el sexo se vuelva rutinario debes introducir en tu práctica amorosa un elemento nuevo. Por ejemplo, la coprolalia”. “¿Qué jodidos es eso?” -preguntó el amigo sin darse cuenta de que estaba incurriendo en coprolalia. “Es usar palabras malsonantes -le explicó Afrodisio-. Pídele a tu mujer que al realizar el acto te diga maldiciones. Eso constituirá un estímulo sexual interesante”. “No me parece mala idea -ponderó el amigo-. Le pediré solamente que no me diga ‘cabrón’, pues si me dice esa palabra me quedaré dormido”. “¿Por qué?” -se sorprendió Pitongo. Explicó el otro: “Cuando era yo niño de brazos mi mamá me decía siempre: ‘Duérmase, cabrón’, y me quedó un reflejo pavloviano”. “Rica es nuestra lengua en términos altísonos -declaró Afrodisio-, de modo que no será problema hacer una excepción con ese término”. Esa misma noche el tipo le pidió a su mujer: “Quiero que cuando hagamos el amor me digas palabras malas”. Exclamó ella con molestia: “¡Vete a la chingada!”. “No tan malas” -se apresuró a decir el individuo. 

Billy Highbuttocks, vaquero del Salvaje Oeste, cabalgaba por la inmensidad de la llanura cuando vio que una banda de indios estaba atacando una carreta. Se lanzó hacia los pieles rojas y los dispersó con los certeros disparos de su Winchester 73. En la carreta viajaba únicamente una anciana de aspecto misterioso. “Me has salvado la vida -le agradeció a Billy-. Quiero que sepas que profeso la antigua ciencia de la brujería. Pídeme tres deseos, y te los concederé”. Pensó Highbuttocks que la anciana se burlaba de él, pero dijo para sus adentros: “¡Qué chingaos!” (¡Uta, otra vez la coprolalia!). Luego se enderezó en su caballo y le pidió: “Quiero ser rico, guapo, y tener mi parte genital como la del animal que monto”. “Concedido -dijo la mujer-. Cuando llegues a tu cabaña en la pradera (Home on the range) verás que tus tres deseos están cumplidos ya”. Volvió Billy a su cabaña en la pradera (Home on the range, como queda dicho), y al abrir la puerta vio que su cuarto estaba lleno de pacas de billetes de 100 dólares, grandes montones de monedas de oro e incontables  lingotes del mismo precioso metal. Se vio luego al espejo y se encontró convertido en un galán. Por último se revisó la entrepierna. Exclamó entonces: “¡Santo Cielo! ¡Se me olvidó que iba en la yegua!”.

Cuando no tengo que decir les voy a ser muy sincero; guardo recortes del periódico local de la columna escrita por “Catón”, sacan de apuro algunas veces. 

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