No
es un misterio que de vez en vez vaya a la ciudad de México por diversos
motivos, el principal siempre es el mismo, visitar a mi familia. Y como todo
buen provinciano, me sigue asombrando la inmensidad de esta ciudad. Millones y
millones de personas fluyendo en ríos de asfalto, unos en camión, otros en
taxis, otros en trolebús, y otros tantos caminado de un lado a otro sin cesar.
Una ciudad que está en constante movimiento, que nunca descansa, que nunca esta
callada y en silencio.
Todo
un caos en perfecta sincronía.
Pero
hay otro torrente de gente que fluye bajo la superficie de esta metrópolis
incansable. Kilómetros y kilómetros de vías subterráneas interconectadas una
con otra, galerías inmensas de un hormiguero humano que se exige el movimiento
continuo de sus integrantes para no morir aplastado por la masa inconsciente.
Como
toda buena concentración urbana de masivas almas, la diversidad de especímenes
de la raza humana es obligatoria por definición, es imposible no ver a los
distintos miembros de alguna de las tribus urbanas merodeando por su
territorio. Todos son diferentes, igual que todos los demás. Un sinfín de
individuos, son un sinfín de historias por contar, y esta es una de tantas.
Infinidad
de veces he viajado en el sistema colectivo de transporte metro, pero esta
ocasión, algo fue diferente. Fue como si hubiera muerto y estuviera en la
antesala del purgatorio en espera de ser juzgado.
Recuerdo
que a primera vista puede identificar a góticos, lolitas, emos, biker, darks,
skates, skas, fresas, nerds, hippies, huppies, metaleros, rockeros, grunges,
mods, heavys, populares, punkestos, hippoperos, raperos, regetoneros, skins,
rastafaris, frikis, otukas, ñeros, y hasta uno que otro grupero de la onda norteña, no recuerdo haber visto
chuntaros ni tribales; y demás población que no puede definir. No contento con
las diferentes formas de vestimenta características, también viajábamos en el
mismo tren un gama impresionante de tonalidades de piel, que iba de menor o
mayor concentración de pigmentación, todo un arcoíris epidermal.
Había
varios extranjeros que no puede identificar su habla, indígenas mexicanos que
por momentos hablaban náhuatl y otros algo que parecía maya pero no estoy
seguro. Todos emitiendo algún tipo de ruido que salía por sus bocas, pero no
puede entender ninguna conservación; muchos sabia que decían algo en español,
entendía las palabras, pero no entendía sus significantes. Mi única conexión
con el mundo conocido era los letreros que anunciaban las distintas parabas del
metro o los anuncios publicitarios.
Por
un momento me quede mudo ante un mundo lleno de ruido. Salí despavorido del
andén y busque el refugio del exterior solo para entrar en la dimensión
desconocida; sin saber cómo termine rodeado de pachucos, cholos, chundos, chichinflas
y malafachas. Sentí alivio en mi
corazón, pero lo menos a ellos si les entendía.
Felices Fiestas
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