viernes, 3 de febrero de 2012

De la frustración o del dolor estomacal


Frustrar.
(Del lat. frustrāre).
1. tr. Privar a alguien de lo que esperaba.
2. tr. Dejar sin efecto, malograr un intento. U. t. c. prnl.
3. tr. Der. Dejar sin efecto un propósito contra la intención de quien procura realizarlo. Frustrar un delito. U. t. c. prnl.

Esa es la definición de correcta de frustrar, pero no dice nada de lo que coloquialmente estamos acostumbrados que termina siendo un sentimiento de impotencia ante una situación dada. La definición de frustración no es más que la acción y efecto de frustrar.

Entonces no es frustración lo que siento, porque no se acomoda a las definiciones antes descritas,  tal vez un poco, porque yo solo me estoy privando de lo que espero que pase; y eso me pase por esperar que algo suceda cuanto no tengo elementos para que sea cierto, sino la mera y vil ilusión sin fundamento alguno. Y es que cuando no sucede lo que según yo debe de suceder mi estomago como que le da por fabricar más ácido de lo normal y termina por crear un malestar que es incomodo, por definición, y muy molesto eso es por no tomar un antiácido.

Es como cuando la novia quería casarse por la noche; por la mañana el novio. Razonaba él: “De ese modo, si no funciona nuestra relación no habremos echado a perder todo el día”. Finalmente se casaron a la hora que ella dijo: ya se sabe que el hombre se resigna al matrimonio con tal de tener sexo, y la mujer se resigna al sexo con tal de tener matrimonio. La noche de las bodas ella se despojó del breve atavío que cubría sus formas y puso a la vista de su arrobado maridito la espléndida visión de su cuerpo hecho de marfil y rosas. Extático, dijo él: “¡Voy a impresionarte una placa con mi tomavistas!”. (Nota: El muchacho pertenecía a la Guardia de Honor de San Exuperino, y usaba un lenguaje más bien conservador. Lo que quería decir es que iba a tomarle a la novia una foto con su cámara). Ella le preguntó: “¿Para qué?”. Respondió él en amoroso arrebato: “¡Para guardar por siempre la memoria de tu inefable belleza corporal, que la del espíritu, a más de no poderse fijar en papel emulsionado, por el momento no me interesa nada!”. Tomó él la foto, y seguidamente se despojó a su vez de sus ropas. Ella manifestó: “También yo voy a tomarte una fotografía”. Preguntó él, halagado: “¿Para qué?”. Respondió ella: “Para ver si la puedo amplificar”. (Nota 2: Lo que tenía el desposado era apenas tamaño credencial)...

Ya me voy porque no tengo nada inteligente que decir.

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