martes, 29 de noviembre de 2011

De mis aventuras o de lo que siempre negare

Hay ocasiones en que los actos de juventud nos llevan por caminos inesperados, y esta vez, como muchas otras no pensé lo que estaba haciendo. Nunca me he caracterizado por tomar las mejores decisiones. Pero puedo decir que aunque algo raro, ha sido una experiencia gratificante.

Por cuestión de proteger a terceros, voy a omitir nombres, fechas y lugares y otros datos van a ser modificados. Ahora sí que me resbale con mis palabras y tropecé con mis actos. Nadie salió perjudicado, solamente que no es algo que quiera que se sepa, ni que se ande comentado de boca en boca; así que en la intimidad de mi computadora frente a un trozo de cristal luminoso me atrevo a golpear el teclado para describir lo sucedido ya hace varios años.

Intente cerrar la puerta con seguro para dejar al frio afuera. Decidí por voluntad propia ingresar a un Seminario. Realmente no sabía no que hacía, pero pensé honestamente, por un momento, solo una fracción de segundo que eso era mi vocación. Para mi suerte encontré al que fue mi faro, luz y guía es esta mal llamada aventura espiritual, era el padre Nacho, que fue mi padre confesor. Nacho no es realmente su nombre, pero yo así lo quiero recodar.

El padre Nacho fue el encomendado a dirigir mi futuro, y lo primero que hizo fue tener una larga charla en los jardines del colegio. Siempre son su cara afable, de mirada serena y sonrisa permanente. El padre Nacho tenia la figura esbelta, el paso lerdo, no muy erguido, los años habían hecho su labor en su cuerpo.

Fue aquella primera platica, que mas bien su una confesión, donde aprendí que él era el indicado para guiarme por el camino que me trazaría el Señor. “Háblame de ti” fueron sus primeras palabras. Así que yo empecé a hablar sin ton ni son. No tengo ni las mas mínima idea que fue lo que dijo porque de su boca expreso: "Da mihi, Domine, prudentiam, coetera tolle" (“Señor, dame la prudencia; lo demás quítalo”) yo no entendía nada, así que continúe con mis relato.

Con una sonrisa asentaba a todos mis relatos, siempre en paz y callado. Sólo de vez en cuando expresaba algo en latín. “Laudet te alienus, et non os tuum” (“Sea la boca ajena quien te alabe y no la tuya”) esa fue mi primer lección. Seguí en ese momento sin entender. Su cara volteo al cielo mientras yo continuaba con mis historias. "Stultorum infinitus est numerus" (“El número de los necios es infinito”) decía con desesperación. Yo me reía al escuchar tal idioma saliendo de su boca.

Fui aceptado como su discípulo, al término de un año tuvimos nuestra charla final. Empezó el habla diciendo  “Audi multa, loquere pauca et non errabis” (“Escucha mucho y habla poco y no errarás”) y solo escuche como me decía que ese era mi último día en el seminario. Recuerdo aún que casi finalizo diciendo "Veritas est id quod est" (“La verdad es lo que es”) y era cierto no era mi vocación.

Me acompaño a la puerta del recinto, me hizo todas las recomendaciones que un padre le puede hacer al hijo. Y termino expresando “Finito peris sed non finis laboris” (“Fin de la obra, no del trabajo”). Por fin entendí lo que me quiso que aprendiera. Hoy continúo mi labor, no siempre como el padre Nacho quisiera, pero aún sigo sus consejos.

Esto nunca sucedió, por lo menos yo siempre negare que alguna vez pasó. 

1 comentario:

  1. Que bueno que no te quedaste en el seminario amor mio!! Si no ahorita serías como el Padre Amaro jaja no en serio que padre experiencia y si no fue tu vocación, me encanta seguirte conociendo más día a día y compartir nuestros caminos de vida. Te amo!

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