sábado, 24 de diciembre de 2011

Del término de la borrachera o de un tortillón



Ya ha pasado algún tiempo de mis épocas de vida nocturna, donde el vicio era lo que imperaba. Noches de copas, noche donde lo único que se deseaba es que no terminara nunca. Pero como todo tiene que tener un fin y yo terminaba mis noches de juerga como comienzo mis días de labor, comiendo. Porque no hay mejor vicio que el de la comida. Yo se que algún día todos los placeres mundanos se van a acabar, me dejaran de gustar muchas cosas y otras no voy a tener fuerza para poderlas disfrutar, pero la comida fue el primer placer que adquirí, y va a ser el ultimo que voy a perder.

Andaba por el rumbo de la antigua zona de tolerancia, por los rumbos de la colonia Miguel Hidalgo, por la calle Muzquiz, era de madrugada, siempre de madrugada. Ahí se encontraba un local pequeño con fachada pintada de colores alusivos a una empresa refresquera, algo obscuro el lugar, pero muy lleno de sabores. Lo atendía una viejita muy pulcra en su forma de ser y limpia de corazón, como quien dice era guapa de modos, solo la conocíamos por “La Güera” y por cuestiones más que obvias su local se llamaba “Tortillones la Güera”. Sus arrugas contaban mas historias que su tierna mirada y su columna jorobada por las batallas de los años y las luchas por la sobrevivencia.

Como ya traía mucha hambre lo que quería es que me atendieran rápido, pero la señora me vio a los ojos y dijo “En un momento te atendió güerito”. En México decir “Güero” en un tortería, taquería o cualquier establecimiento callejero es el equiparable a un saludo nada que ver con el color de tez. Y como era la primera vez que yo iba la viejecita me cuestiono “¿Es tu primera vez aquí?”, a lo que respondí afirmativamente. Y sigue la pregunta obligada “¿De qué lo vas a querer tu tortillón?”. Para los que no conocen un tortillón es como un burrito (taco hecho de tortilla de harina) solo que muy grande, allá mis parientes de las Bajas y Sonora  lo más parecido son los burritos percherones, solamente que son de carne y el tortillón es de algún guisado.

Como me acarreaba hambre de verdad lo pedí de chile relleno, a que cosa más bonita lo que vi enseguida. En eso que la señora saca por arte de magia una tortilla de harina gigante, parecía como una sabana para envolver muertos solo que esta bien enharinada. Y que la pone el comal bien caliente. “¿Con frijoles?” dijo ella. Y yo que le digo que sí. Con una maestría y habilidad de manos, tomo una cuchara y con una velocidad casi imperceptible tomo los frijoles bien machacados y pone sobre aquella tortilla de harina una capa finita, pero muy bien esparcida esos frijoles que se seguro estaban guisados con manteca de puerco.

La cocinera me hace otra pregunta que me dejo casi sin habla ¿De qué quieres tus chiles rellenos? Tengo de picadillo y de queso, puedes pedir lo que quieras y además hay lampreados (con una cobertura de huevo) y sin lamprear. Y antes de antes de responder pregunte yo ¿Cuántos chiles le caben? La señora me respondió cosa más bella, “Le caben dos y todavía tienen espacio para el guiso que quieras mi hijo”. “Entonces que sean un chile de picadillo y el otro de queso los dos lampreados”.

Aparte de toda esa felicidad culinaria me cuestiona todavía la Güera, “¿De qué quieres el guisado? Hay picadillo, mole, tinga, papas con chile, huevo, asado, chicharrón, carne con chile, deshebrada…. “La interrumpí abruptamente para preguntar ¿Chicharrón de pella o chicharrón prensado?” No daban crédito mis oídos, cuando escuche “Hay de los dos y bien picosito para evitar la cruda.” No tuve más remedio que pedir una cucharada generosa de chicharrón prensado.

Segundos después vi como de su mano temblorosa me ofreció aquella delicia en un plato de plástico con un trozo de papel estraza como servilleta. ¡Ay papa! y todito para mí, fue amor a primera vista. Y para acompañar tal cosa hermosa un buen vaso de agua de horchata para amarrar el asunto.

Seguí visitando a la Güera con relativa frecuencia hasta que un buen día de Dios, ya nadie abrió el local aquel. Pregunte más de una vez por ella, alguien me comento que había enfermado y que finalmente falleció. Al parecer no tenía a nadie en la vida más que a nosotros sus clientes, jamás volví a comer otros tortillones iguales. Lo de lo que estoy casi seguro que la Güera sigue cocinado en el cielo, porque su comida siempre fue celestial.

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